domingo, 17 de febrero de 2013

Hamlet, la dialéctica del ser.



Hamlet, la dialéctica del ser. 

por Antonio Henriquez

El obstáculo principal que sobreviene al momento de comentar o intentar analizar un texto literario o referente artístico es el situarse mentalmente en la época del autor en cuestión y ubicarse aunque sea superficialmente sobre el propósito primigenio de los elementos que disgregados intenta exponer.  Tal imposibilidad permite al sujeto externo, actuar con amplia libertad y utilizar un sin número de interpretaciones personales interdisciplinarias  a una obra determinada. De Hamlet, en efecto, se ha escrito y comentado hasta la saciedad por varios siglos. Goethe y Anatole France emitieron comentarios generales sobre el drama que se remiten a la utilidad de la obra desde una perspectiva espiritual, articulando el leit motiv frente a las vibraciones filosóficas transfiguradas a través de la disyuntiva entre naturaleza y razón. La obra se desborda ampliamente en sus consecuencias y precisamente se deja valorar tanto de filosofía, teología y psicología. Las ideas existenciales que se mueven tras el correr del texto han conmocionado casi hasta la exageración al hombre occidental. Posiblemente la admiración por este personaje se encuentre en que el lector logra identificar  como proyección, el miedo a vivir que siente Hamlet, el cual,  supera con creces al temor de morir.


El drama del héroe trágico ha sido estudiado constantemente por la psicología analítica desde Sigmund Freud, hasta Jacques Lacan; precisamente, para encontrar en las situaciones, figuras, sucesos y sentimientos introducidos, un paralelismo con la realidad de los procesos psíquicos humanos que se manifiestan comúnmente desfigurados por la percepción objetiva imperante y por esta razón tratan de sublevarse sobre los procesos mentales conscientes, a través de formaciones simbólicas. ¿Por qué se ha de arrastrar en la tierra gente como yo? Hamlet es una obra que se expande eminentemente con propósitos psicológicos al erigirse como un sustituyente del carácter humano en su duplicidad, en tanto busca con todos sus medios lo absoluto del deseo, el arquetipo de lo actuado ante el temor de los desconocido del ser, que se cree capaz de surcar las profundidades del inconsciente  para anticiparse a las fuerzas ansiosas que automatizan la vida.

Para Freud, específicamente, el valor de la obra es poner de manifiesto las funciones anímicas y síntomas neuróticos que se actualizan en función del complejo edípico. Las acciones del héroe consideran solamente la satisfacción -  conservación de los deseos edípicos  y su consecución a través de una constante lucha con el fenómeno de proyección representado por la figura de Claudio, el cual asesinó a su propio hermano (padre del príncipe danes) para ocupar el lugar de rey y esposo de la reciente viuda, la reina Gertrudis. Propiamente Jacques Lacan en el Seminario 6: “El deseo y su interpretación”, se adentra más en la consciencia del personaje, para traspasar el complejo edípico y encontrar las vivencias pulsionales que se presentan tras la figura del deseo y sus incontables formas de representación. “Lacan hace notar en su estudio sobre Hamlet que hay una diferencia entre ser y tener: la cuestión es pues una cuestión del ser; ser o no ser el falo, serlo sin tenerlo corresponde a la función femenina”.

Diría Freud: extrañamente, el abrumador efecto causado por la más moderna de las tragedias no ha impedido que el mundo siga totalmente a oscuras respecto al carácter de su héroe

No solamente se sigue a oscuras frente al carácter de Hamlet, sino que con todos los avances técnico recientes, se ignora ampliamente el factor constituyente de la experiencia humana como noción de continuidad del ser, replicando a Heidegger. Condición sustancial para comprender las distinciones a las que debe enfrentarse el comportamiento humano implícitamente, según su funcionalidad en relación a la cultura.  En la locura se pierde el yo soy, frente a cada instancia institucionalizada que se transforma en enfrentamiento. Todo lo que se asemeja al no ser, desde el discurso de Parménides, ha espantado la conciencia de la existencia. 

Unión y desunión  en la catarsis

En Hamlet se encuentran síntomas o estados psicológicos que pertenecen a más de un perfil categórico, angustia, melancolía, delirios, locura y desinhibición de los instintos primitivos reprimidos; dudas personales, temores, alucinaciones, complejos y modos de interactuar que reciben su significado de la vida primitiva (quietud pasiva ritual para atraer a la presa, evidenciada en el contenido del comportamiento fingido del loco, como libido o impulso primario, para hacer caer a los demás, poco a poco dentro de los objetivos previamente planificados). Dichos períodos, comprendidos como una parte del inconsciente, permiten al sujeto ligar o desligar formas de fantasías representativas, aquellas cuales otorgan al ser consciente un estado subjetivo por medio de múltiples sustituciones simbólicas, antes de integrar completamente sus motivos dentro del acto deseado.

 Enfática critica exclamaría  Deleuze, sobre la pretensión del psicoanálisis en  comprender la psiquis humana a través de la universalidad del drama teatral “el inconsciente no es una obra de teatro”, objetaría el heterodoxo francés, sin embargo, el teatro como expresión artística o las obras literarias, serian en este sentido, un acto dentro de otro acto, un deseo constante del espectador - lector en repetir compulsivamente el sufrimiento que subjetivamente responde a un ilusorio estado de catarsis en las aspiraciones emergentes del sujeto para encontrarse a sí mismo, más allá de lo falso y lo real. Un reservorio ideal para actualizar frente al mundo exterior los conflictos pulsionales de la gratificación. 

Podríamos comprender, explayando la interpretación psicoanalítica, que bajo el argumento de una historia de venganza Hamlet muestra un retrato íntimo de  la naturaleza humana: un cumulo de abstracciones fenomenológicas cuyas intenciones se destinan a transformar el impulso vital en furia, vergüenza y culpa. Mientras los subterfugios regulares del ambiente pretenden hacer converger las excitaciones y contradicciones del sujeto hacia un fin ilusorio común.

¡Ser o no ser, la alternativa es esa!, con esta expresión,  Hamlet, carácter moralizador posteriormente corroído, enfatiza todas las tendencias contrarias que se aglomeran dentro de una apócrifa unidad, los sino al servicio del individuo que es y no es.  Al pensamiento racional se somete el instinto yoico, voluntad creadora diferencial que al mismo tiempo encuentra, dentro de tal flujo de interacción, justificación para expresarse a través de fatalidades y abstracciones mentales, específicamente aquellas que responden a reacciones psicológicas cuando el devenir del ser es evaluado como una cualidad más (lo que ya se ha decidido a realizar, ¿bajo que argumento subjetivo no se ha realizado?). Dicha dualidad es evidente cuando el personaje se deja invadir por la duda y expone la infructuosidad de sus ambiciones y propósitos inacabados. Las aspiraciones están sometidas a fuerzas contrarias (prudencia – cautela, frente a motivación – acción): 

Hamlet acto cuarto, escena cuarta:

 Ahora bien, sea por infame olvido o escrúpulos cobardes, porque piense harto en aquel asunto – pensamiento que dará si en cuarteles se divide de razón uno y tres de cobardía – lo cierto es que la razón no hallo que me explique por qué viviendo digo esto se debe hacer, habiendo causas y voluntad y fuerza y maneras para poderlo hacer. 

Paradójicamente no es el soliloquio esquizofrénico el que se forma en fatídico lamento del personaje, sino un plano relativo del ser que corresponde a la cautela proveniente del creciente estado de preocupación expectante por asegurar el dominio de la situación y dirigirse así mismo sobre determinados obstáculos creados y asumidos, que rigen su conciencia, prototipo claro de las neurosis obsesivas. 

La vida anímica de un modo se entiende, gracias a estas definiciones, bajo un sentido lógico el cual expone principios racionales para comprender el mundo interno con relación al mundo externo. Sin embargo, tomando en cuenta la duplicidad de los elementos contrarios en nuestra realidad propia y exógena, evocando la lectura psicológica al drama de Hamlet, ¿Qué sucede cuando el yo consciente, además de perder noción de sí mismo, fluctúa en las interdicciones del pensamiento y acción, desenterrando sentimientos, reprimiendo impulsos y modificando su estructura más profunda? ¿Se ocupa acaso el ser, por los procesos estéticos más sublimes o por las relaciones internas que se dan dentro del sujeto para angustiarle y perturbarle, creando nociones de realidad cuando esta se pierde gravitando sobre la irracionalidad?

Hamlet y lo irracional

De nada sirve delimitar los rasgos personales de Hamlet y personajes otros, según tipificaciones psiquiátricas modernas, más que para hacer aclaraciones sobre el superfluo y arbitrario distanciamiento entre normal y anormalidad. Evidentemente el texto se sirve de diferentes estados psíquicos y del sostenimiento de los mismos, vinculados a la voluntad para manifestarse en actos, siguiendo el lineamiento, pensamiento – reflexión y acción, como uno de los ejes centrales a diferenciar junto al desarrollo del tópico fundamental. 

Con la incorporación del valor irracional en la obra, se logra introducir una arcaica tendencia de la personalidad: el conflicto neurótico del yo, que consiste en expresar la desesperación  con el lenguaje apropiado de una cultura de culpabilidad. Un retrato sonoro de la locura como causalidad psicológica producto de los procesos de relación establecidos en efecto, dentro de un determinado espacio socio – grafico; el castillo de elsinore  quizás, o el ansia que se deriva en cada persona cuando se observa abstraída por las diversas corrientes de la realidad. 

Proyección de lo irracional tras el drama griego

La pérdida del juicio o irracionalidad es un tema recurrente en toda la obra. Shakespeare hace hablar a los locos de su época con un lenguaje sobrenatural  dotado de propiedades que han sido negados a los hombres comunes, elemento tomado quizás de la locura divina expuesta en los relatos mitológicos de la época clásica; Ajax en su, locura habla un lenguaje siniestro "que no le ha enseñado a ningún mortal sino un demonio”; a Edipo, en un estado de delirio lo guía un demonio hasta el lugar donde espera el cadáver de Yocasta. Hamlet, propiamente, es buscado por el fantasma del padre que expresa y anuncia con sus vaivenes el prototipo demencial de la locura profética desarrollada posteriormente hasta niveles paroxísticos por el príncipe danes. 


El contenido del comportamiento anormal (génesis y curso) representado por Shakespeare evidentemente se sirve de la tradición griega general para tratar y representar el tema de lo irracional. En Hamlet converge tanto la locura profética apolínea como el éxtasis delirante dionisíaco. Aparece y desaparece la voz del padre constantemente como impulso psicológico irracional. Desde las profundidades del ser, es un sujeto de innata tendencia a reflexionar y de intachable entereza moral, pero, a pesar de esto, no logra sostener la estabilidad del carácter ante el universo de relaciones que le rodea, encontrándose perturbado, angustiado por ser víctima del pensamiento destructivo pulsional. Contrario a la dinámica psíquica organizada en base al impulso aristocrático apolíneo. 

Hamlet muestra las lejanías de las estancias del ser, sea en definiciones pretéritas o nociones proféticas. Atribuye interpretaciones varias a su realidad desde múltiples vertientes del criticismo explicativo; siendo su propósito dilucidar la vertiente filosófica de las vivencias humanas que se ponen en escena para comprender consecuentemente la importancia adquirida de los objetos por varias circunstancias introducidas las desdichas del destino


El objeto de la locura

Ilusión del sentimiento de valor

Potencialmente es una historia sobre venganza, en donde se intercalan emociones, reflexiones y sobrevienen situaciones varias que de cierto modo exhiben el horizonte existencial refugiado bajo la forma de duda. No obstante, es importante señalar la relevancia que recae en la indecisión y el postergar de los sucesos. ¿Por qué se retrasa tanto en llevar a cabo un acto que es tan claro, según sus propósitos desde el encuentro con la imagen del difunto padre? Tomando en cuenta la condición de noble del príncipe, retrasar la venganza supone una debilidad para el sentimiento del propio valor aristocrático. Una violación a la esencia del pathos noble, inherente no por su título nobiliario, sino por la audacia critica propia de un espíritu sublime que conjuga en sí mismo un crisol de compasiones humanas y motivos intelectuales superiores. No someterse a principios racionales, naturales a su entereza, genera angustia, el daimonion del padre hace sustituir tales controles racionales por espejismos de locura. Se permite sentir y vivir el dolor hasta saciarse del mismo y rechazarse por dejarse sufrir las emociones de la vitalidad. El padre asesinado ha revelado al consternado hijo el agravio, este sin embargo, no reivindica por sí mismo y para si el acto de venganza, tan solo replica, como si de ecos se tratara, el deseo de identificación metafórica con la necesidad de búsqueda; sea esta una búsqueda de resarcimiento del honor o del ser, perdido en la falta del juicio que se impulsa sobre lo patético de la existencia. En este punto se ha transformado la tendencia y la primer voluntad se transforma en ira, el príncipe de intereses filosóficos se convierte en un sujeto capaz de destruir al objeto identificado o destruirse a sí mismo en el intento, cargando, constantemente, con la culpa de no consumar (acting out) el acto luego de ser acordado. Está presente la ira, sin embargo, solo es una gnosis más, diluida, fundida por el estado ilusorio del pensamiento. 

 Quien juzgue la descarga de los impulsos destructivos como algo negativo evidencia la imposibilidad de comprender la figura de la locura como una manifestación encubierta del ser. El rey Claudio seria enfático al evaluar el comportamiento de su sobrino como un peligro para los demás. No en vano los ritos del comportamiento colectivo permiten identificar y descalificar, sea de forma deductiva o inductiva, las personalidades que en apariencia son discordante con el numen social. Aíslenlo, pide el usurpador rey danes, el odio que proclaman sus palabras  resuenan para defender la “lógica humana”, reúne de modo exacerbado el juicio de lo absurdo que se renueva cuando se hace tipificar anacrónicamente el particular modo de vida humano según el convencionalismo psicológico. 

Es curiosa la nobleza con la que describe Shakespeare a los leprosos de su época. En definitiva, es en boca de Hamlet y Ofelia donde presenta de forma más sublime el trágico dilema de su obra, actualizarse o inmolarse en el intento de transformación, articulando de forma poética la hiperexpresividad de las ideas, de las imágenes y de los afectos inconscientes. ¿Es un loco noble el que intenta retratar, el dramaturgo inglés,  que engendra una impresión de poeta metafísico al exclamar sentencias filosóficas presocráticas y encarna uno de los mayores dilemas de la filosofía helena? O, ¿es una sátira a la nobleza monárquica al hacer contar dentro de sus filas un “falto de juicio”, producto de las intrigas que han definido la consecución del poder en el absolutismo? Posiblemente responder estas interrogantes no le compete a nadie más que al autor, sin embargo, en definitiva el elemento de separación es evidente, uno son los catalogadores de conductas (avalados por instancias de poder nobiliarias y teológicas) y otros los etiquetados, como locos, sin juicio, faltos de razón. Hamlet finge estar loco, toma de objeto para la locura un estigma general que ha caracterizado la interpretación de este comportamiento desde antes de la barca de los locos; Escisión de las tendencias yoicas,  disociación de la realidad y sus elementos comunes, signos físicos exacerbados (mitomanía), estado de fuga, sugestibilidad.


 Necesita Hamlet aliviar aquellas ideas, pensamientos, que se forman como resistencia frente a la angustia, es imperante en la conciencia de su autoexistencia sentirse purificado manifestando la causa del deseo que le priva ser sí mismo. Sabe que su tío debe pagar las consecuencias de sus actos, es consciente de su rol en tal sistema circulatorio de eventos.  Al Amparar tales ideas se convierte en esclavo de un pensamiento vengativo que le llevara a cometer un crimen deplorable, sea cual sea la causa. Pensador torturado, ante la situación inmediata se siente inerme, prefiere vivir al lado de la locura y transportarse hasta cierto punto sobre el miedo racional . ¿No han de sufrir cosas terribles los que acometieron actos terribles? Eurípides, Orestes, 413.

Acto segundo, escena segunda

Hamlet: Últimamente, y sin saber por qué, he perdido toda la alegría y el deseo de ocuparme de las tareas cotidianas. Tengo tal pesadumbre en la mente que esta gran fábrica, la Tierra, me parece un promontorio yermo; y esa bóveda cristalina, ese firmamento majestuoso tachonado de fuego áureo, sólo me recuerda una infecta y nauseabunda licuefacción de vapores.

Dentro de la intensidad de su pensamiento Hamlet ha actualizado su consciencia en concordancia con la situación atemorizante que domina su vida. Expectante, cauteloso, fingiendo lo que es, y mostrándose como lo que no es. Hay en su discurso un vuelco del sentido práctico del motivo desde el punto de vista reflexivo – racional; encontramos de nuevo en el campo de la acción, otra transgresión de los valores naturales. Admitámosle loco, diría Polonio. No es Hamlet quien habla, es la locura, (permitiéndose presentarse en todas sus formas sin anularse por un solo objeto de identificación, sin tipificaciones, o categorizaciones) que se circunscribe a cada palabra, que no encuentra más límites voluntarios para mostrarse según sus ambiciones superiores. 

El terrible volver

Al final Hamlet queda debiendo una muerte, y es la de Laertes. Con la muerte de su padre se encontró, como hemos visto, en un estado de pasividad, o dependencia – receptiva. Al margen de los acontecimientos, opta por transfigurar su personalidad e inexorable condición moralista, y,  busca, evasivamente, excusas para retrasar la muerte de su tío. Pero no se permitiría ser el único con vivencias dolorosas. El sentimiento de juicio moral o resarcimiento del complejo edípico, en términos freudianos, le llevarían a representar fundamentalmente la misma situación otra vez, pero sufrida por Laertes en esta ocasión. Tendencia egoísta u obsesión de repetición con rasgos de sadismo podrían ser explicaciones válidas para comprender  este episodio en particular,. Al final tanto en uno como en otro caso, la simbiosis de los impulsos nos permite calificar el drama como una expansión del ser proyectado hasta las modificaciones cualitativas más drásticas y un ejemplo del inextinguible afán del siempre volver, cuando es la vergüenza quien se nutre de la furia. 

Es ese el drama de la irracionalidad, el ser que desespera por querer ser en palabras de Kierkegaard. Antípoda de lo racional, hablar en alto por la angustia, melancolía y delirios otros. Búsqueda interminable de representaciones y polimorfismo en donde el individuo pueda presenciar su propia existencia, sea en interminables elaboraciones mentales o en las fuentes del arte, que encuentra sustento en vida humana para dar forma al espectáculo. Nos aclara Hamlet que tan artificial es el concepto de moralidad tradicional y ambigua las distinciones impuestas por las efigies de lo racional (logos), así como las adversidades inminentes que se esconden tras el deseo de transformarse en otro, tomando en cuenta que tal deseo es una repetición del ser que no es. 

Bibliografía consultada:
Emilio mira y López (1965) Los cuatro gigantes del alma. Editorial el ateneo, Buenos Aires-
Ey Henri (1978) Tratado de psiquiatría. Octava edición, Masson, Barcelona.
E.R. Dodds (1997) Los griegos y lo irracional. Alianza editorial, Madrid
Foucault, Michel (1975) Historia de la locura en la época clásica. Fondo de Cultura económica, Mexico
Freud, Sigmund () La interpretación de los sueños. Alianza Editorial, Madrid
Philipp Lersch (1968) Estructura de la personalidad. edit. Scientia, Barcelona,
Sófocles (1921) Las siete tragedias. Madrid, Librería de los sucesores de Hernando
William Shakespeare (2009), Hamlet. España Ediciones Mesta.

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