Hamlet,
la dialéctica del ser.
por Antonio Henriquez
El
obstáculo principal que sobreviene al momento de comentar o intentar analizar
un texto literario o referente artístico es el situarse mentalmente en la época
del autor en cuestión y ubicarse aunque sea superficialmente sobre el propósito
primigenio de los elementos que disgregados intenta exponer. Tal imposibilidad permite al sujeto externo,
actuar con amplia libertad y utilizar un sin número de interpretaciones
personales interdisciplinarias a una
obra determinada. De Hamlet, en efecto, se ha escrito y comentado hasta la
saciedad por varios siglos. Goethe y Anatole France emitieron comentarios
generales sobre el drama que se remiten a la utilidad de la obra desde una
perspectiva espiritual, articulando el leit
motiv frente a las vibraciones filosóficas transfiguradas a través de la
disyuntiva entre naturaleza y razón. La obra se desborda ampliamente en sus
consecuencias y precisamente se deja valorar tanto de filosofía, teología y
psicología. Las ideas existenciales que se mueven tras el correr del texto han
conmocionado casi hasta la exageración al hombre occidental. Posiblemente la
admiración por este personaje se encuentre en que el lector logra
identificar como proyección, el miedo a
vivir que siente Hamlet, el cual, supera
con creces al temor de morir.
El
drama del héroe trágico ha sido estudiado constantemente por la psicología
analítica desde Sigmund Freud, hasta Jacques Lacan; precisamente, para
encontrar en las situaciones, figuras, sucesos y sentimientos introducidos, un
paralelismo con la realidad de los procesos psíquicos humanos que se
manifiestan comúnmente desfigurados por la percepción objetiva imperante y por
esta razón tratan de sublevarse sobre los procesos mentales conscientes, a
través de formaciones simbólicas. ¿Por
qué se ha de arrastrar en la tierra gente como yo? Hamlet es una obra que
se expande eminentemente con propósitos psicológicos al erigirse como un
sustituyente del carácter humano en su duplicidad, en tanto busca con todos sus
medios lo absoluto del deseo, el arquetipo
de lo actuado ante el temor de los desconocido del ser, que se cree capaz de
surcar las profundidades del inconsciente para anticiparse a las fuerzas ansiosas que
automatizan la vida.
Para Freud, específicamente, el valor de la obra es
poner de manifiesto las funciones anímicas y síntomas neuróticos que se actualizan
en función del complejo edípico. Las acciones del héroe consideran solamente la
satisfacción - conservación de los
deseos edípicos y su consecución a
través de una constante lucha con el fenómeno de proyección representado por la
figura de Claudio, el cual asesinó a su propio hermano (padre del príncipe
danes) para ocupar el lugar de rey y esposo de la reciente viuda, la reina
Gertrudis. Propiamente Jacques Lacan en el Seminario 6: “El deseo y su
interpretación”, se adentra más en la consciencia
del personaje, para traspasar el complejo edípico y encontrar las vivencias
pulsionales que se presentan tras la figura del deseo y sus incontables formas
de representación. “Lacan hace notar en su estudio sobre Hamlet que hay una
diferencia entre ser y tener: la cuestión es pues una cuestión
del ser; ser o no ser el falo, serlo sin tenerlo corresponde a la función
femenina”.
Diría Freud: extrañamente,
el abrumador efecto causado por la más moderna de las tragedias no ha impedido
que el mundo siga totalmente a oscuras respecto al carácter de su héroe
No solamente se sigue a oscuras frente al carácter
de Hamlet, sino que con todos los avances técnico recientes, se ignora ampliamente
el factor constituyente de la experiencia humana como noción de continuidad del
ser, replicando a Heidegger. Condición sustancial para comprender las
distinciones a las que debe enfrentarse el comportamiento humano
implícitamente, según su funcionalidad en relación a la cultura. En la locura se pierde el yo soy, frente a cada instancia institucionalizada que se
transforma en enfrentamiento. Todo lo que se asemeja al no ser, desde el
discurso de Parménides, ha espantado la conciencia de la existencia.
Unión y desunión
en la catarsis
En Hamlet se encuentran síntomas o estados
psicológicos que pertenecen a más de un perfil categórico, angustia,
melancolía, delirios, locura y desinhibición de los instintos primitivos
reprimidos; dudas personales, temores, alucinaciones, complejos y modos de
interactuar que reciben su significado de la vida primitiva (quietud pasiva
ritual para atraer a la presa, evidenciada en el contenido del comportamiento
fingido del loco, como libido o
impulso primario, para hacer caer a los demás, poco a poco dentro de los
objetivos previamente planificados). Dichos períodos,
comprendidos como una parte del inconsciente, permiten al sujeto ligar o
desligar formas de fantasías representativas, aquellas cuales otorgan al ser consciente
un estado subjetivo por medio de múltiples sustituciones simbólicas, antes de
integrar completamente sus motivos dentro del acto deseado.
Enfática critica exclamaría Deleuze,
sobre la pretensión del psicoanálisis en
comprender la psiquis humana a través de la universalidad del drama
teatral “el inconsciente no es una obra
de teatro”, objetaría el heterodoxo francés, sin embargo, el teatro como
expresión artística o las obras literarias, serian en este sentido, un acto
dentro de otro acto, un deseo constante del espectador - lector en repetir
compulsivamente el sufrimiento que
subjetivamente responde a un ilusorio estado de catarsis en las aspiraciones
emergentes del sujeto para encontrarse a sí mismo, más allá de lo falso y lo
real. Un reservorio ideal para actualizar frente al mundo exterior los
conflictos pulsionales de la gratificación.
Podríamos comprender, explayando la interpretación
psicoanalítica, que bajo el argumento de una historia de venganza Hamlet
muestra un retrato íntimo de la naturaleza
humana: un cumulo de abstracciones fenomenológicas cuyas intenciones se
destinan a transformar el impulso vital en furia, vergüenza y culpa. Mientras
los subterfugios regulares del ambiente pretenden hacer converger las
excitaciones y contradicciones del sujeto hacia un fin ilusorio común.
¡Ser
o no ser, la alternativa es esa!, con esta expresión, Hamlet, carácter moralizador posteriormente corroído, enfatiza todas las tendencias
contrarias que se aglomeran dentro de una apócrifa unidad, los sino al servicio
del individuo que es y no es. Al
pensamiento racional se somete el instinto yoico, voluntad creadora diferencial
que al mismo tiempo encuentra, dentro de tal flujo de interacción,
justificación para expresarse a través de fatalidades y abstracciones mentales,
específicamente aquellas que responden a reacciones psicológicas cuando el
devenir del ser es evaluado como una
cualidad más (lo que ya se ha decidido a realizar, ¿bajo que argumento
subjetivo no se ha realizado?). Dicha dualidad es evidente cuando el personaje
se deja invadir por la duda y expone la infructuosidad de sus ambiciones y
propósitos inacabados. Las aspiraciones están sometidas a fuerzas contrarias
(prudencia – cautela, frente a motivación – acción):
Hamlet
acto cuarto, escena cuarta:
Ahora
bien, sea por infame olvido o escrúpulos cobardes, porque piense harto en aquel
asunto – pensamiento que dará si en cuarteles se divide de razón uno y tres de
cobardía – lo cierto es que la razón no hallo que me explique por qué viviendo
digo esto se debe hacer, habiendo causas y voluntad y fuerza y maneras para
poderlo hacer.
Paradójicamente
no es el soliloquio esquizofrénico el que se forma en fatídico lamento del
personaje, sino un plano relativo del ser que corresponde a la cautela
proveniente del creciente estado de preocupación expectante por asegurar el
dominio de la situación y dirigirse así mismo sobre determinados obstáculos
creados y asumidos, que rigen su conciencia, prototipo claro de las neurosis
obsesivas.
La
vida anímica de un modo se entiende, gracias a estas definiciones, bajo un
sentido lógico el cual expone principios racionales para comprender el mundo
interno con relación al mundo externo. Sin embargo, tomando en cuenta la
duplicidad de los elementos contrarios en nuestra realidad propia y exógena,
evocando la lectura psicológica al drama de Hamlet, ¿Qué sucede cuando el yo
consciente, además de perder noción de sí mismo, fluctúa en las interdicciones
del pensamiento y acción, desenterrando sentimientos, reprimiendo impulsos y
modificando su estructura más profunda? ¿Se ocupa acaso el ser, por los
procesos estéticos más sublimes o por las relaciones internas que se dan dentro
del sujeto para angustiarle y perturbarle, creando nociones de realidad cuando
esta se pierde gravitando sobre la irracionalidad?
Hamlet y lo irracional
De
nada sirve delimitar los rasgos personales de Hamlet y personajes otros, según
tipificaciones psiquiátricas modernas, más que para hacer aclaraciones sobre el
superfluo y arbitrario distanciamiento entre normal y anormalidad. Evidentemente
el texto se sirve de diferentes estados psíquicos y del sostenimiento de los
mismos, vinculados a la voluntad para manifestarse en actos, siguiendo el
lineamiento, pensamiento – reflexión y acción, como uno de los ejes centrales a
diferenciar junto al desarrollo del tópico fundamental.
Con
la incorporación del valor irracional en la obra, se logra introducir una
arcaica tendencia de la personalidad: el conflicto neurótico del yo, que
consiste en expresar la desesperación
con el lenguaje apropiado de una cultura de culpabilidad. Un retrato
sonoro de la locura como causalidad psicológica producto de los procesos de
relación establecidos en efecto, dentro de un determinado espacio socio –
grafico; el castillo de elsinore quizás,
o el ansia que se deriva en cada persona cuando se observa abstraída por las
diversas corrientes de la realidad.
Proyección
de lo irracional tras el drama griego
La
pérdida del juicio o irracionalidad es un tema recurrente en toda la obra. Shakespeare
hace hablar a los locos de su época con un lenguaje sobrenatural dotado de propiedades que han sido negados a
los hombres comunes, elemento tomado quizás de la locura divina expuesta en los
relatos mitológicos de la época clásica; Ajax en su, locura habla un lenguaje siniestro "que no le ha enseñado a ningún mortal sino un demonio”; a
Edipo, en un estado de delirio lo guía un demonio hasta el lugar donde espera el cadáver de Yocasta. Hamlet,
propiamente, es buscado por el fantasma del padre que expresa y anuncia con sus
vaivenes el prototipo demencial de la locura profética desarrollada
posteriormente hasta niveles paroxísticos por el príncipe danes.
El
contenido del comportamiento anormal (génesis y curso) representado por
Shakespeare evidentemente se sirve de la tradición griega general para tratar y
representar el tema de lo irracional. En Hamlet converge tanto la locura
profética apolínea como el éxtasis delirante dionisíaco. Aparece y desaparece
la voz del padre constantemente como impulso psicológico irracional. Desde las
profundidades del ser, es un sujeto de innata tendencia a reflexionar y de
intachable entereza moral, pero, a pesar de esto, no logra sostener la
estabilidad del carácter ante el universo de relaciones que le rodea,
encontrándose perturbado, angustiado por ser víctima del pensamiento
destructivo pulsional. Contrario a la dinámica psíquica organizada en base al
impulso aristocrático apolíneo.
Hamlet
muestra las lejanías de las estancias del ser, sea en definiciones pretéritas o
nociones proféticas. Atribuye interpretaciones varias a su realidad desde
múltiples vertientes del criticismo explicativo; siendo su propósito dilucidar
la vertiente filosófica de las vivencias humanas que se ponen en escena para
comprender consecuentemente la importancia adquirida de los objetos por varias
circunstancias introducidas las desdichas del destino
El objeto de la locura
Ilusión
del sentimiento de valor
Potencialmente
es una historia sobre venganza, en donde se intercalan emociones, reflexiones y
sobrevienen situaciones varias que de cierto modo exhiben el horizonte
existencial refugiado bajo la forma de duda. No obstante, es importante señalar
la relevancia que recae en la indecisión y el postergar de los sucesos. ¿Por qué se retrasa tanto en llevar a cabo
un acto que es tan claro, según sus propósitos desde el encuentro con la imagen
del difunto padre? Tomando en cuenta la condición de noble del príncipe,
retrasar la venganza supone una debilidad para el sentimiento del propio valor
aristocrático. Una violación a la esencia del pathos noble, inherente no por su título nobiliario, sino por la
audacia critica propia de un espíritu sublime que conjuga en sí mismo un crisol
de compasiones humanas y motivos intelectuales superiores. No someterse a
principios racionales, naturales a su entereza, genera angustia, el daimonion del padre hace sustituir tales
controles racionales por espejismos de locura. Se permite sentir y vivir el
dolor hasta saciarse del mismo y rechazarse por dejarse sufrir las emociones de
la vitalidad. El padre asesinado ha revelado al consternado hijo el agravio,
este sin embargo, no reivindica por sí mismo y para si el acto de venganza, tan
solo replica, como si de ecos se tratara, el deseo de identificación metafórica
con la necesidad de búsqueda; sea esta una búsqueda de resarcimiento del honor o del ser, perdido en la falta
del juicio que se impulsa sobre lo patético de la existencia. En este punto se
ha transformado la tendencia y la primer voluntad
se transforma en ira, el príncipe de intereses filosóficos se convierte en un
sujeto capaz de destruir al objeto identificado o destruirse a sí mismo en el
intento, cargando, constantemente, con la culpa de no consumar (acting out) el
acto luego de ser acordado. Está presente la ira, sin embargo, solo es una gnosis más, diluida, fundida por el
estado ilusorio del pensamiento.
Quien juzgue la descarga de los impulsos
destructivos como algo negativo evidencia la imposibilidad de comprender la
figura de la locura como una manifestación encubierta del ser. El rey Claudio
seria enfático al evaluar el comportamiento de su sobrino como un peligro para
los demás. No en vano los ritos del comportamiento colectivo permiten
identificar y descalificar, sea de forma deductiva o inductiva, las
personalidades que en apariencia son discordante con el numen social. Aíslenlo,
pide el usurpador rey danes, el odio que proclaman sus palabras resuenan para defender la “lógica humana”,
reúne de modo exacerbado el juicio de lo absurdo que se renueva cuando se hace
tipificar anacrónicamente el particular modo de vida humano según el
convencionalismo psicológico.
Es
curiosa la nobleza con la que describe Shakespeare a los leprosos de su época. En definitiva, es en boca de Hamlet y Ofelia
donde presenta de forma más sublime el trágico dilema de su obra, actualizarse
o inmolarse en el intento de transformación, articulando de forma poética la
hiperexpresividad de las ideas, de las imágenes y de los afectos inconscientes.
¿Es un loco noble el que intenta retratar, el dramaturgo inglés, que engendra una impresión de poeta metafísico
al exclamar sentencias filosóficas presocráticas y encarna uno de los mayores
dilemas de la filosofía helena? O, ¿es una sátira a la nobleza monárquica al
hacer contar dentro de sus filas un “falto de juicio”, producto de las intrigas
que han definido la consecución del poder en el absolutismo? Posiblemente
responder estas interrogantes no le compete a nadie más que al autor, sin
embargo, en definitiva el elemento de separación es evidente, uno son los
catalogadores de conductas (avalados por instancias de poder nobiliarias y
teológicas) y otros los etiquetados, como locos,
sin juicio, faltos de razón. Hamlet finge estar loco, toma de objeto para
la locura un estigma general que ha caracterizado la interpretación de este
comportamiento desde antes de la barca de
los locos; Escisión de las tendencias yoicas, disociación de la realidad y sus elementos
comunes, signos físicos exacerbados (mitomanía), estado de fuga,
sugestibilidad.


Necesita Hamlet aliviar
aquellas ideas, pensamientos, que se forman como resistencia frente a la
angustia, es imperante en la conciencia de su autoexistencia sentirse purificado
manifestando la causa del deseo que le priva ser sí mismo. Sabe que su tío debe
pagar las consecuencias de sus actos, es consciente de su rol en tal sistema
circulatorio de eventos. Al Amparar
tales ideas se convierte en esclavo de un pensamiento vengativo que le llevara
a cometer un crimen deplorable, sea cual sea la causa. Pensador torturado, ante
la situación inmediata se siente inerme, prefiere vivir al lado de la locura y
transportarse hasta cierto punto sobre el miedo racional . ¿No han de sufrir cosas terribles los que acometieron
actos terribles? Eurípides, Orestes,
413.
Acto segundo, escena segunda
Hamlet: Últimamente, y sin saber por qué, he perdido toda
la alegría y el deseo de ocuparme de las tareas cotidianas. Tengo tal
pesadumbre en la mente que esta gran fábrica, la Tierra, me parece un
promontorio yermo; y esa bóveda cristalina, ese firmamento majestuoso tachonado
de fuego áureo, sólo me recuerda una infecta y nauseabunda licuefacción de
vapores.
Dentro
de la intensidad de su pensamiento Hamlet ha actualizado su consciencia en
concordancia con la situación atemorizante que domina su vida. Expectante,
cauteloso, fingiendo lo que es, y mostrándose como lo que no es. Hay en su
discurso un vuelco del sentido práctico del motivo desde el punto de vista
reflexivo – racional; encontramos de nuevo en el campo de la acción, otra
transgresión de los valores naturales. Admitámosle
loco, diría Polonio. No es Hamlet quien habla, es la locura, (permitiéndose
presentarse en todas sus formas sin anularse por un solo objeto de
identificación, sin tipificaciones, o categorizaciones) que se circunscribe a
cada palabra, que no encuentra más límites voluntarios para mostrarse según sus
ambiciones superiores.
El
terrible volver
Al
final Hamlet queda debiendo una muerte, y es la de Laertes. Con la muerte de su
padre se encontró, como hemos visto, en un estado de pasividad, o dependencia –
receptiva. Al margen de los acontecimientos, opta por transfigurar su personalidad
e inexorable condición moralista, y, busca, evasivamente, excusas para retrasar la
muerte de su tío. Pero no se permitiría ser el único con vivencias dolorosas.
El sentimiento de juicio moral o resarcimiento del complejo edípico, en
términos freudianos, le llevarían a representar fundamentalmente la misma
situación otra vez, pero sufrida por Laertes en esta ocasión. Tendencia egoísta
u obsesión de repetición con rasgos de sadismo podrían ser explicaciones
válidas para comprender este episodio en
particular,. Al final tanto en uno como en otro caso, la simbiosis de los
impulsos nos permite calificar el drama como una expansión del ser proyectado
hasta las modificaciones cualitativas más drásticas y un ejemplo del
inextinguible afán del siempre volver, cuando es la vergüenza quien se nutre de
la furia.
Es
ese el drama de la irracionalidad, el ser
que desespera por querer ser en palabras de Kierkegaard. Antípoda de lo
racional, hablar en alto por la angustia, melancolía y delirios otros. Búsqueda
interminable de representaciones y polimorfismo en donde el individuo pueda
presenciar su propia existencia, sea en interminables elaboraciones mentales o
en las fuentes del arte, que encuentra sustento en vida humana para dar forma
al espectáculo. Nos aclara Hamlet que tan artificial es el concepto de moralidad
tradicional y ambigua las distinciones impuestas por las efigies de lo racional
(logos), así como las adversidades
inminentes que se esconden tras el deseo de transformarse en otro, tomando en
cuenta que tal deseo es una repetición del ser que no es.
Bibliografía
consultada:
Emilio
mira y López (1965) Los cuatro gigantes del alma. Editorial el ateneo, Buenos
Aires-
Ey
Henri (1978) Tratado de psiquiatría. Octava edición, Masson, Barcelona.
E.R.
Dodds (1997) Los griegos y lo irracional. Alianza editorial, Madrid
Foucault,
Michel (1975) Historia de la locura en
la época clásica. Fondo
de Cultura económica, Mexico
Freud, Sigmund () La interpretación de los sueños.
Alianza Editorial, Madrid
Philipp Lersch (1968) Estructura de la personalidad. edit.
Scientia, Barcelona,
Sófocles (1921) Las siete tragedias. Madrid, Librería de
los sucesores de Hernando
William Shakespeare (2009), Hamlet. España Ediciones Mesta.
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