“La lectura constituye un espléndido
laboratorio natural para la cognición y se halla relacionada con casi todos los
procesos cognitivos, desde la sensación y percepción hasta la comprensión y el
razonamiento”.
R. G. Crowder
Psicología de la lectura
Existen profesiones de profesiones, pero hay unas que exigen un bagaje
cultural muy amplio. El magisterio, el periodismo y la psicología son, en este
sentido, actividades que exigen esta amplitud. El docente la necesita porque le
es imperioso el responder a los requerimientos gnoseológicos del educando; el periodista,
porque desde la radio, TV y prensa escrita hace una labor pedagógica y
formativa. El periodista informa, pero influye en el pensamiento del receptor,
crea opinión, contribuye a elaborar conceptos y pautas de comportamiento, es
decir, trabaja con la mente, lo cual exige un elevado nivel de cultura (al
menos, debería ser así). El psicólogo con mucha más razón, independientemente
de su perfil de especialidad, tiene que contar con las herramientas que le
proporciona la cultura para poder ayudar a su paciente, o cliente, se llame
como se llame, a resolver sus conflictos internos; debe de ir más allá de las
teorías psicológicas bajo las cuales es formado.
La evolución de la sociedad, el vértigo del tiempo, el darwinismo social en
su apogeo, Watson y Skinner en palco riéndose de su obra maquievélicamente
aplicada por el establishment, el mundo al revés etc., etc. han generado nuevos
desajustes emocionales y mentales, de lo que surge la imperiosa necesidad de
buscar nuevas formas o estrategias terapéuticas que redunden en la calidad
misma del tratamiento en el individuo y en la sociedad.
La literatura universal, un instrumento de gran
valor.
Es innegable la importancia de la literatura como un medio para adquirir el
conocimiento psicológico de las diferentes culturas, épocas y personas. Se
afirma con razón que Shakespeare, Dickens, Balzac, Dostoyevski, Goethe, y
otros, fueron los mejores conocedores de la psiquis al plasmar a través de sus
personajes, todo lo mejor y lo más ruin del ser humano. Podemos mencionar a
Tartufo, de Moliere, o Yago, de Shakespeare; ambos arquetipos de la maldad
llevada al extremo, de lo más abyecto del ser humano, y la perfidia de la mujer
expresada en una Dalila sensual y manipuladora, y un Sansón insensato e
irresponsable que devela sus secretos, que lo lleva a su perdición; y el
síndrome de Peter Pan (hombres que nunca crecieron) y de Wendy (mujeres sobre
protectoras), ambas caracterizaciones psicológicas extraídas de la obra de J.
M. Barrie por el Dr. Dan Kiley; y el síndrome de Ulises, extraído de la Odisea,
de Homero, que caracteriza a los hombres que temen al compromiso emocional
(amar), etc., etc. El coleccionista, de John Fowles, proporciona más
información sobre cierto tipo de psicopatía que la propia lectura de tratados
especializados.
Para definir mejor lo antes descrito leamos lo que nos dice Baroja en su
“Sensualidad pervertida” definiendo la psicofilia como “poder y afición,
exaltado en algunos para penetrar en los otros y en sí mismos y elevar a logos
narrativo la experiencia vivida e imaginada”.
A veces la literatura se adelanta a la ciencia describiendo con asombrosa
precisión ciertos fenómenos anímicos que todavía no eran clasificados por la
psicología. Por ejemplo, la novelista Rosario Aguilar se adelantó en su libro Aquel
mar sin fondo ni playa, publicado en los 60, al concepto de la dependencia
afectiva. El propio Freud dijo que fue influenciado por la obra de Dostoyevski
para la creación de su psicoanálisis.
¿Heurística? ¿Creatividad? ¿Innovación?
Defínanlo como quieran, pero cada paciente es único, por tanto para aplicar
el principio de “a cada paciente, el tratamiento según su enfermedad”, el o la
psicóloga debe estar en una permanente capacitación y actualización. Cabe
recordar que la capacidad creadora se cultiva a través de la imaginación, pues
ésta es una realidad psíquica, a veces tan poderosa como la realidad misma, y
se nutre, entre otras fuentes, por la lectura, imágenes-pensamientos-lenguaje.
No obstante la importancia de la lectura, el interés por ella, se ha ido
perdiendo y el estudiante de hoy cree resolver las cosas a través de Internet
como si ésta fuera la panacea. Internet es un vasto océano y si sabes navegar
llegarás a buenos sitios que complementen tus conocimientos, de lo contrario lo
hallado será una especie de “fast food”, algo que no sustenta, o peor aún, que
te intoxique. Una característica de la mayoría de los psicólogos contemporáneos
es que se sumergen en la literatura especializada, utilizando términos y
categorías recién salidas del horno, hacen elucubraciones y conjeturas de toda
índole alrededor de una anomalía conductual, se vuelven una especie de
tecnócratas de la mente y muchas veces la respuesta la tiene el panadero de la
esquina; así de fácil, es la praxis cotidiana, como lo ilustra Freud, en su
Sicopatología de la vida cotidiana. La psicofisiología y la psicología
experimental están de una forma constante en el estudio de la percepción, la
sensación, la memoria y otros campos de la psiquis, y nos presentan esos
descubrimientos en forma de teorías, hipótesis y variables, pero el psicólogo
lo que evalúa a fin de cuentas es el resultado de esos procesos: el
comportamiento, la conducta.
No es que el o la psicóloga deba convertirse en crítico literario -–aunque,
valga la redundancia, varios críticos (Frye, Bachelard, Mauron) se basaron
precisamente en la psicología para elaborar sus teorías-–, sino de que sepa
obtener las herramientas necesarias en ese filón de oro que está casi sin
explotar, y no llegue a pertenecer a esa categoría de analfabetos que define el
eminente psicólogo Herbert Gerjuoy: “El analfabeto del mañana no será el hombre
que no sabe leer, sino el que no ha aprendido la manera de aprender”.
Autor: Juan J. Ramos
Fuente: El Nuevo Diario
(http://impreso.elnuevodiario.com.ni/2005/10/10/opinion/2980)
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